Metformina: ¿realmente es el fármaco de oro?

Desde hace décadas, la metformina ha sido el pilar del tratamiento farmacológico para millones de personas con diabetes tipo 2 en todo el mundo. Su eficacia, seguridad, bajo costo y beneficios metabólicos la han convertido en el medicamento de referencia en prácticamente todas las guías clínicas internacionales. Sin embargo, con el auge de nuevas terapias y la evolución del conocimiento sobre la diabetes, es necesario preguntarse: ¿sigue siendo la metformina el fármaco de oro?

La metformina pertenece a la clase de las biguanidas y su principal mecanismo de acción es reducir la producción hepática de glucosa, mejorar la sensibilidad a la insulina y, en menor medida, retrasar la absorción intestinal de carbohidratos. Fue introducida por primera vez en Europa en los años 50 y aprobada por la FDA en Estados Unidos en 1995. Su efectividad para reducir los niveles de glucosa en sangre ha sido ampliamente demostrada, con una reducción promedio de 1 a 1.5 puntos porcentuales en los niveles de hemoglobina glucosilada (HbA1c).

Uno de los estudios más influyentes en este sentido es el UKPDS (United Kingdom Prospective Diabetes Study), que demostró que la metformina no solo controla la glucemia, sino que también reduce significativamente las complicaciones macrovasculares y la mortalidad en personas con sobrepeso recién diagnosticadas con diabetes tipo 2. A raíz de estos hallazgos, se consolidó como el tratamiento inicial más recomendado por organismos como la American Diabetes Association (ADA) y la European Association for the Study of Diabetes (EASD).

Las dosis habituales de metformina oscilan entre 500 y 2000 mg al día, divididas en una o dos tomas. Está disponible en versiones de liberación inmediata y liberación prolongada, esta última mejor tolerada por quienes experimentan efectos secundarios gastrointestinales como náuseas, diarrea o sensación de llenura. En personas con intolerancia leve, ajustar la dosis gradualmente o cambiar a la presentación de liberación prolongada suele mejorar la tolerancia.

Más allá de su acción hipoglucemiante, se han identificado efectos beneficiosos adicionales: ayuda en la pérdida de peso moderada, mejora los perfiles lipídicos y tiene un posible efecto protector frente a algunos tipos de cáncer, como el colorrectal y el de mama, aunque esto aún está en estudio. También se investiga su papel en el envejecimiento celular y su uso fuera de la diabetes, como en el síndrome de ovario poliquístico (SOP), donde ha mostrado buenos resultados.

Sin embargo, el panorama actual incluye nuevos fármacos con beneficios adicionales. Los inhibidores del cotransportador sodio-glucosa tipo 2 (SGLT2), como dapagliflozina (Forxiga) o empagliflozina (Jardiance), y los agonistas del receptor GLP-1, como liraglutida (Victoza) o semaglutida (Ozempic), ofrecen protección cardiovascular y renal más allá del control glucémico, especialmente en pacientes con comorbilidades. Estos beneficios han hecho que en algunos algoritmos de tratamiento se considere iniciar con uno de estos medicamentos incluso antes que con metformina, particularmente en pacientes con alto riesgo cardiovascular.

No obstante, la metformina sigue siendo una opción confiable, eficaz y accesible, sobre todo en regiones donde el acceso a medicamentos más recientes es limitado por su alto costo o disponibilidad. Su perfil de seguridad también es favorable. Aunque puede elevar el riesgo de acidosis láctica en casos de insuficiencia renal severa, esta complicación es extremadamente rara. Actualmente, se recomienda precaución cuando la tasa de filtración glomerular es menor a 30 ml/min/1.73 m².

El debate sobre si la metformina sigue siendo el “fármaco de oro” depende del perfil de cada paciente. En personas jóvenes con sobrepeso y sin complicaciones cardiovasculares, sigue siendo la primera opción lógica. Pero en pacientes con antecedentes de infarto, insuficiencia cardíaca o enfermedad renal crónica, probablemente sea más beneficioso iniciar o combinar con terapias más modernas.

En definitiva, más que hablar de un único fármaco ideal, el enfoque actual es personalizado. La metformina no ha perdido su relevancia, pero el arsenal terapéutico para tratar la diabetes tipo 2 ha evolucionado y se ha enriquecido. En manos del profesional de la salud adecuado y con un paciente bien informado, sigue siendo una herramienta poderosa en el tratamiento de esta enfermedad compleja y multifactorial.

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