La diabetes, pese a ser una de las enfermedades crónicas más conocidas y estudiadas, está rodeada de mitos y desinformación que pueden obstaculizar su tratamiento adecuado, generar estigmas o incluso retrasar el diagnóstico. Muchas de estas creencias provienen de ideas arraigadas en la cultura popular, interpretaciones erróneas o información médica desactualizada. Desmentir estos mitos no es un ejercicio anecdótico: es una necesidad urgente para que pacientes, familiares y profesionales de salud puedan actuar con conocimiento y responsabilidad.
Uno de los mitos más comunes es que las personas con diabetes no pueden comer frutas. Esta afirmación es falsa. Si bien algunas frutas tienen un índice glucémico más alto que otras, eliminarlas por completo no solo es innecesario, sino contraproducente. Las frutas aportan fibra, vitaminas, antioxidantes y fitonutrientes esenciales para una dieta equilibrada. La clave está en moderar las porciones y elegir opciones con bajo índice glucémico como manzana, pera, fresas, ciruela o guayaba, combinándolas con grasas saludables o proteína para evitar picos glucémicos. Evitar los jugos —aunque sean “naturales”— y preferir la fruta entera también hace una gran diferencia.
Otro mito muy extendido es que la diabetes es una enfermedad exclusiva de personas mayores. Aunque su prevalencia aumenta con la edad, cada vez más personas jóvenes, e incluso adolescentes, son diagnosticadas con diabetes tipo 2, particularmente en países con alta tasa de obesidad infantil como México. La vida sedentaria, el consumo de alimentos ultraprocesados, el estrés crónico y factores genéticos contribuyen al desarrollo de la enfermedad a edades cada vez más tempranas. Este fenómeno está bien documentado por la International Diabetes Federation y por múltiples estudios de salud pública.
También es frecuente creer que la diabetes es causada por comer mucho azúcar. Esta idea simplifica en exceso un proceso metabólico complejo. La diabetes tipo 2 tiene múltiples factores de riesgo: predisposición genética, obesidad visceral, resistencia a la insulina, inflamación crónica, sedentarismo y alteraciones en el metabolismo hepático. El consumo excesivo de azúcar y carbohidratos refinados sí puede contribuir al desarrollo de resistencia a la insulina, pero no es la única ni la principal causa. De hecho, muchas personas con hábitos alimenticios aparentemente “normales” pueden desarrollar diabetes por herencia genética o disfunciones metabólicas silenciosas.
Un mito particularmente dañino es pensar que las personas con diabetes inevitablemente desarrollarán complicaciones graves. Si bien la diabetes mal controlada puede provocar ceguera, insuficiencia renal, amputaciones o infartos, esto no es un destino inevitable. Con un control adecuado —que incluye dieta, ejercicio, medicamentos, monitoreo y seguimiento médico— es completamente posible mantener una calidad de vida plena y prevenir complicaciones a largo plazo. De hecho, estudios como el UKPDS han demostrado que un buen control de la glucosa y la presión arterial reduce drásticamente el riesgo de eventos graves.
Otro error común es asumir que la insulina es el último recurso y que usarla significa que “la diabetes está muy mal”. Este estigma ha retrasado el tratamiento adecuado de millones de personas. La insulina no debe verse como un castigo, sino como una herramienta terapéutica eficaz y necesaria en muchos casos. Algunas personas con diabetes tipo 2 requieren insulina desde el diagnóstico debido a deficiencia pancreática severa. En la diabetes tipo 1, es indispensable desde el inicio. El miedo a las inyecciones o el mito de que “la insulina daña los riñones” ha sido ampliamente desmentido: lo que daña es la hiperglucemia persistente, no el tratamiento.
Finalmente, otro mito muy arraigado es que la diabetes puede curarse con remedios naturales o dietas extremas. Aunque existen casos documentados de remisión en diabetes tipo 2 —particularmente tras cirugía bariátrica o pérdida de peso sostenida—, esto no equivale a una cura definitiva. La mayoría de los llamados “remedios milagrosos” carecen de sustento científico, pueden interferir con medicamentos recetados y, en muchos casos, hacen que el paciente descuide su tratamiento real. El enfoque basado en evidencia, guiado por profesionales de salud, sigue siendo la mejor vía para controlar la enfermedad de forma segura y efectiva.
Combatir estos mitos es una tarea que requiere educación, sensibilidad cultural y acceso a información confiable. Cada vez que una persona con diabetes recibe orientación precisa y empática, se fortalece su capacidad de autocuidado y se rompe un ciclo de miedo y confusión que ha durado demasiado tiempo. Porque entender la diabetes es el primer paso para controlarla.